divendres, 21 de febrer del 2014

La huella del pasado.

Me llamó mi amigo y colega Gustavo Zaragoza, de la Universidad de Valencia, a ver si quería participar en un teaser que está rodando otro amigo suyo, Borja Soler. La idea es producir un documental sobre España por el que, al parecer, ya se han interesado varias televisiones europeas. Le dije que sí, claro. El documental lleva por título España ida y vuelta, lo que hace innecesaria toda ulterior aclaración.

Me llamó luego Borja y me citó para ayer en un conservatorio María de Ávila, sito en la calle Clara de Campoamor, bocacalle a su vez de General Ricardos, pasado el convento de las clarisas y poco antes de Vista Alegre. Llegué allí a la hora convenida de una desapacible mañana de invierno madrileño y me encontré unas curiosas instalaciones, en un extenso terreno ajardinado aunque no muy bien cuidado, con diversas edificaciones de los años cuarenta, unas restauradas con esmero (las que se destinan a conservatorio de música "Moreno Torroba" y una escuela superior de danza) y otras abandonadas, alguna en lamentable estado, como la capilla en la que Borja había decidido rodar mi intervención. Un vistazo a las instalaciones, su disposición, los estilos arquitectónicos, diversos motivos ornamentales (algún templete y una réplica descabezada de una estatua clásica ya en la entrada) decían a las claras que aquellas instalaciones se habían concebido oiginalmente para otros fines.

Tuve mucha suerte. Borja me presentó al administrador del centro (una dependencia municipal), José María Sánchez Molledo, doctor en historia, especie de cronista de Carabanchel que tiene publicados varios libros sobre este peculiarísimo y antiguo pueblo de Madrid, dividido en dos, el alto y el bajo, residencia veraniega de reyes y nobles y domicilio incluso de la que fuera más tarde Emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo. Naturalmente, Sánchez Molledo se sabía a la perfección la historia del conservatorio, de la que habla en un libro de fotos que me regaló con dedicatoria, Carabanchel. Así era y así es. Fascinante, por cierto. Respira orgullo y patriotismo del lugar. Algo parecido al espíritu de Vallecas, pero en otro estilo.

El caso es que, en efecto, el tal conservatorio solo lo es desde los años ochenta. Antes, desde 1947, había sido un orfanato. El Orfanato Nacional de El Pardo. Ahora sí cobraba aquello un sentido distinto. Una obra en la tradición de las casas de misericordia. Las piezas encajaban, las edificaciones, los motivos ornamentales, la capilla. La razón del abandono es que las actuales apreturas económicas han obligado a suspender la restauración. Pero el plan subsiste y también se restaurará la capilla. Porque lo merece. El interior de la cúpula esta adornado con unos preciosos frescos muy deterioriorados pero en los que cabe distinguir todavía a los cuatro evangelistas. Son obra de un artista muy reconocido, cuyo nombre he olvidado quien, según me contó el administrador, había ido a visitarlos hace poco, ya en silla de ruedas.

Al salir, los patios, los campos, bullían de adolescentes de ambos sexos que terminaban sus clases. Una alegre multitud, inquieta, abigarrada, multicultural. Jugaban, se perseguían unos a otros, formaban corros. Pero yo tenía clavada en el ánimo la idea del orfanato. Y, en lugar de ver mozos con sudaderas multicolores, deportivas, mochilas historiadas, veía niños demacrados uniformados con batas o albornoces de áspero tejido y calzando alpargatas. Un orfanato en la postguerra. Busqué en Google y hay mucha información. El blog de la ilustración, de un antiguo residente, contiene gran cantidad de fotos de época que dan una idea de cómo era la vida en el lugar en los años sesenta y setenta. Es una información teñida de nostalgia y buenos recuerdos. A veces, conmovedora. No hay niños demacrados ni miseria. Y hay más. Una página de recuerdos cuyo subtítulo reza: un orfanato en donde los niños pasaban buenos ratos y que es una inmensa fuente de información e imágenes de una época, con valor historiográfico.

¿Y por qué de El Pardo, estando en Carabanchel? Porque el orfanato estaba originalmente en El Pardo. Al llegar la guerra, los niños fueron trasladados a Valencia y el orfanato fue lugar de acuartelamiento de las brigadas internacionales. Después de la contienda quedó todo muy dañado y, como Franco decidió fijar su residencia allí y alojó su guardia personal en las instalaciones, hubo que llevarse los niños a otra parte. Se hubiera hecho de todas formas, al menos con la mitad de los huérfanos, pues la República, régimen depravado, tenía juntos a huérfanos y huérfanas, en contra de los leyes divinas. Actualmente, las antiguas instalaciones son residencia de la Guardia real. Los niños fueron a parar a Carabanchel Bajo y a las niñas se las llevaron a Zaragoza. Es fácil imaginar que separarían hermanos de hermanas, cosa que sí debe de estar en las leyes divinas. Franco inauguró las instalaciones de Carabanchel con pompa y boato. No sé si a la de Zaragoza llegó a ir el alcalde.

Cuánto esconde ese conservatorio. Las piedras hablan; las paredes hablan; todo lo que los seres humanos hacen, habla de ellos. El pasado está en el presente. A veces de modo manifiesto.

La imagen es la portada del blog de Juande, titulado Orfanato Nacional de El Pardo (Nos diste mucho para olvidarte)