dilluns, 26 de gener del 2015

Syriza ha ganado las elecciones en España.

Los españoles solemos llegar a los acontecimientos y dramas europeos en el segundo acto. Nos pasó con la transición, que empezó un año después de la caída de las dictaduras portuguesa y griega (mira tú...); nos pasó también con la victoria socialista de 1982, un año después de la del Partido Socialista en Francia y el PASOK en Grecia (mira tú...). Ahora, en el nuevo drama de la rebelión contra la dictadura de hecho de la troika, después del primer acto con la victoria de Syriza, viene uno segundo con las elecciones españolas, dividido a su vez en cuatro cuadros: las andaluzas de marzo, las municipales de mayo, las catalanas de septiembre y las generales de noviembre si llegamos a ellas.

No se nos dirá que no practicamos el vivere pericolosamente de los futuristas. Cuatro elecciones en un año con un gobierno pendiente de la crónica de tribunales por si lo llaman a declarar; una economía que no levanta cabeza; un sistema de partidos con uno de derechas anegado por la corrupción y tres de izquierdas, mal avenidos entre sí y no muy unidos internamente; una Constitución cuestionada por amplios sectores sociales; y una posibilidad de secesión de una parte nada desdeñable del territorio del Estado. Cada una de estas elecciones será un fin en sí mismo y, al mismo tiempo, un modo de calibrar fuerzas y adoptar tácticas para las siguientes de forma que, cuando llegue la última, en noviembre, es probable que nada se parezca a lo que ahora vemos.

En nuestra época, la de la información en llamado tiempo real, las reacciones a los acontecimientos se producen antes de que estos concluyan. Son instantáneas y, claro, bastante bobas. Dice el portavoz del PP, Hernando, que los resultados griegos no son extrapolables a España. ¿Por qué no? Básicamente porque no le gustan. Si le gustaran lo serían y en ambos casos él hubiera parecido más inteligente de haberse callado.

El PP abrió su convención con un remake del parque jurásico, de la mano de Aznar y su recio estilo falangista. La vieja guardia de la orden de los sobresueldos cerró filas en torno al hombre previsible, el del sentido común que, francamente asustado, dedicó su intervención a amenazar con el sacamantecas de Podemos, advirtiéndonos del peligro de jugar a la ruleta rusa. Oído a la imagen que es tremenda y revela verdadero pánico.

En Valencia, grandioso recibimiento de Pablo Iglesias al grito de "¡Presidente! ¡Presidente!". El mismo Pablo Iglesias que venía de refutar en la televisión a cuatro o cinco periodistas dialécticamente armados hasta los dientes, con la misma serenidad con que el mozo Jesús confundió a los doctores en el templo y que ambos me perdonen la comparación. Con Grecia, dijo, comienza el tic tac del reloj que marcará el paso de Rajoy a la historia, en donde le está esperando la crisis. Otra imagen curiosa. Quizá proceda del tic tac del cocodrilo en Peter Pan. Y, bien mirado, si Inda es don Pantuflo, Rajoy tiene algo de capitán Garfio.

La intención inmediata de Podemos es convertir esa apoteosis valenciana en una gran marcha-marea el 31 para que el tic tac se haga atronador. Por cierto, igual que en Valencia ha sonado Al vent, de Raimon, sugiero que en la marcha del 31 pongan un tema de Mikis Theodorakis, por ejemplo, Un mundo libre de la banda sonora de Z. Así suena Grecia. Más.

En el PSOE, en donde han decidido echar a suertes los primeros en Andalucía, cunde el desconcierto. Con un PP casi fuera de juego, como si en vez de ser Andalucía fuera Cataluña, las elecciones se van a reñir entre las tres fuerzas de la izquierda, las dos institucionales y la emergente. Ojalá no se pongan muy agrias porque, conocida es la opinión de Palinuro, tendrán que entenderse después. Pero la procesión socialista va por dentro. Susana Díaz entretenida primero en las elecciones y luego en su maternidad, no considera de momento la posibilidad de optar a la secretaría general de su partido.

Pedro Sánchez tiene expedito el camino. Lo malo es que no hay camino. Haber estado ausente en Grecia es mal comienzo. El PP fue a apoyar al perdedor, Nueva Democracia. Por eso el resultado no es extrapolable, claro. Syriza contó con el apoyo entusiasta de Podemos y en la sombra y como de tapadillo, el de IU. Pero el PSOE no tenía a quién apoyar, después de la escisión del PASOK del movimiento de Papandreu que, por cierto, no ha conseguido escaño. Debe de ser la primera vez que no hay un Papandreu en el Parlamento griego desde las guerras del Peloponeso. Para compensar Pedro Sánchez ha decidido adherirse a la doctrina Hernando, sentenciando la melonada de que Grecia no es España. No, ni Arabia Saudí. Y el PSOE tampoco es el PASOK, con su 4,6% del voto. Pero, si se esfuerza, puede llegar a serlo. También el PASOK alcanzó el 48% del voto en 1981. La fortuna es una diosa cruel. Grecia no es España pero muchísimos españoles, quizá millones, están entusiasmados con ella. Y Grecia ha votado a una izquierda nueva, que no es la comunista tradicional -a la que el electorado considera anquilosada- ni la socialdemócrata, impregnada de neoliberalismo. Ha ocupado el lugar de la auténtica socialdemocracia y por eso dicen los de Podemos que su programa es el de la socialdemocracia.

¿Y cómo ve esto Sánchez? Mal, supuesto que lo vea. Tiene por delante dos tareas muy difíciles: de un lado, recapitular la ejecutoria de gobierno del PSOE, reconocer los errores y presentar propuestas factibles de corrección. De otro, articular un discurso reformista que converja con las otras izquierdas y resulte creíble. Y no ayuda nada a ello sino todo lo contrario, que prosiga su política de colaboración con el gobierno hasta en sus aventuras más autoritarias y antidemocráticas, como en el caso de la reimplantación de la cadena perpetua con otro nombre.

Carece de sentido que el PSOE pretenda encabezar una política de ruptura como la que reclama una gran cantidad de gente, entre ella muchos de sus votantes, porque no puede y, en el fondo, no quiere. Pero cuanto más claramente de izquierda sea el discurso socialista más se aproximará a una acción común de las tres fuerzas que Palinuro considera inevitable. Entre otras cosas porque tanto IU como el PSOE disponen de aparatos de partido sólidos de los que carece Podemos. Y son imprescindibles para administrar en todos los niveles un país que se quiere gobernar.

Quedan las elecciones catalanas de septiembre. Están presididas por un conflicto nacional que los partidos nacionalistas españoles se niegan a admitir. Serán plebiscitarias, diga Rajoy lo que diga con esa fantástica habilidad de no decir jamás nada con algún contacto con la realidad. La única incógnita será qué porcentaje de votos conseguirá Podemos y exactamente qué posición representarán en la cuestión de la independencia. Dicho en román paladino: si, al día siguiente de las elecciones plebiscitarias, y según sea su resultado, los soberanistas hacen una declaración unilateral de independencia, ¿qué votarán los diputados de Podemos?

En noviembre volvemos a hablar.