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dissabte, 4 de juny del 2011

¿Por qué fracasa la izquierda?

Fundamentalmente porque está dividida; más que dividida, fragmentada y en malísimos términos internos. Debe de haber pocas cosas tan aburridas, estúpidas (y sospechosas, dígase de paso) que esa cantinela de unas izquierdas negando a otras su condición de verdadera izquierda, arrogándose un marchamo de autenticidad que es tanto más absurdo cuanto más irrelevante social, política e intelectualmente es quien lo pretende. Esa división, además, no solamente se da en el campo orgánico, cual se echa de ver en la multiplicidad de minúsculas organizaciones que tienen como horizonte, cada vez más lejano, la revolución pendiente. Se manifiesta asimismo -y ello es lo más grave- en la diversidad de objetivos tácticos (y hasta estratégicos) que compiten entre sí sin prestarse auxilio alguno, lo que es francamente de locos. Cada uno de los grupos, grupitos o grupúsculos, portador de inmarcesibles esencias revolucionarias, se concentra en sus objetivos bajo su peculiar perspectiva e ignora sistemáticamente los de las organizaciones análogas o parejas, como si fueran de otro planeta o, algo peor, como si fueran los planes del enemigo. De forma que no es solamente que no coincidan o se unifiquen, ni siquiera que no se coordinen sino que se ignoran mutuamente, se ningunean e, incluso, se pelean hasta el punto de que muchas veces cabe preguntarse a quién combate más Izquierda Unida, por ejemplo, si al PP o al PSOE, por no hacer mención de quienes emplean su única neurona en sostener que son iguales. Ningún grupo hace siquiera mención a los objetivos de otro. Todavía no he oído a nadie del PSOE reconocer que los objetivos de los indignados acampados deben ser casi al completo los suyos. Se necesita ser inútil y corto de mollera para pensar que esta actitud sea beneficiosa a la izquierda en su conjunto.

Este desastre no se da en la derecha que se une en un solo grupo de acción concertada, como si fuera una falange macedónica. En su acción no se dan los personalismos y las necias controversias que abundan en la izquierda en donde no es infrecuente que alguien prefiera perder con tal de que no gane el vecino. Las derechas no se equivocan jamás, saben que su interés colectivo es alcanzar el poder cueste lo que cueste, anteponen siempre el beneficio colectivo a la ventaja personal y jamás se dejan confundir con cuestiones absurdas, dogmáticas, acusaciones y bizantinismos. Lo suyo es el pragmatismo de saber que, cuando se consigue el poder, luego hay reparto para todos. Pero, ante todo, hay que conseguirlo porque sólo desde el poder se transforma la realidad.

Viene lo anterior a cuento de ver cómo en las reivindicaciones de los días pasados, las diversas manifestaciones de la izquierda han actuado como si fueran compartimentos estancos, ignorándose mutuamente. A ninguna de las formaciones que se han enfrentado al golpe de mano que han dado los franquistas en la Real Academia de la Historia (RAH) se le ha ocurrido llamar en su auxilio a los indignados de Sol. Claro que a ninguno de los indignados de Sol se le ha pasado por las mientes pronunciarse sobre el conflicto del franquismo en la RAH. Al contrario, el otro día escuché a uno de ellos diciendo que eso del franquismo y la memoria histórica es algo que "no interesa al pueblo español", exactamente lo que dice Rajoy. Hace falta ser negado. De los otros grupos, proyectos, acciones de la izquierda ya ni hablo. Cada uno de ellos ensimismado en su particular batalla local en la que brillan los de la parroquia y nada más.

Y sin embargo en esa batalla que hemos librado muchos por nuestra cuenta hemos conseguido ya un primer triunfo nada desdeñable: la RAH que empezó la historia muy soberbia diciendo que no se cambiaría nada ya ha cedido y admite que tendrá que reformar el diccionario. Siempre que una posición reaccionaria del tipo que sea admite la necesidad de reformarse ante la presión del exterior, ha dado el primer paso hacia su hundimiento. La experiencia y el sentido común mandan intensificar el ataque, elevar el nivel de exigencia, apoyar a Izquierda Unida que pide la retirada del diccionario sin medias tintas ni subterfugios y apoyar también, ¿por qué no? a Palinuro que pide con abundancia de razones que dimita Gonzalo Anes además. Hay que parar los pies al fascismo en la RAH como hay que parárselos en la Puerta del Sol, en la plaza de Cataluña o donde sea. Porque solo la capacidad de movilizarse por los objetivos de las organizaciones y movimientos afines permitirá triunfar.

Sólo así se podrá también acumular el espíritu necesario para combatir las mentiras y falacias de este fascismo rampante protegido y alentado por el PP. Sólo así se podrá seguir demostrando que el franquista Luis Suárez, un hombre probablemente partidario del golpe de Estado del 23 de febrero, miente cuando dice que el régimen de Franco no era totalitario porque el totalitarismo somete el Estado al partido cuando sabe perfectamente que eso es falso, que esa no es la definición del totalitarismo y que, aunque lo fuese, cuadraría a la perfección con el franquismo dado que Franco era al mismo tiempo, Jefe del Estado y Jefe Nacional de la Falange, esto es, el partido único, de forma que si este anciano correoso que, además de provocar, gimotea, quiere que lo respeten porque, dice, tiene 87 años que empiece por no mentir como el fascista que es.

Pero la fragmentación y atomización de la izquierda, su personalismo, el narcisismo de sus líderes, su patológica desconfianza de los otros y su cerrazón a la idea de la acción común impiden sacar partido de las contradicciones del adversario. Tanto que, en algunos casos, cabe preguntarse si tiene verdaderamente objetivos y si, teniéndolos, pretende de verdad lograrlos o se siente mejor y más cómoda en la relativa irresponsabilidad de la queja y la protesta permanente de quien sabe que nunca tendrá que hacerse cargo de la situación.

(La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).